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resultaba ser un gran peñasco arrastrado a lo largo del lecho seco por la violencia del río, muerto desde
hacía mucho.
Caminaron durante un tiempo imposible de calcular, y de vez en cuando bebieron del arroyuelo, cuya
agua parecía ser pura. Ras dijo que su situación podría ser peor. Al menos no tenían que preocuparse
por la posibilidad de morir de sed. Eeva no se rió.
Llegó un momento en el que Eeva insistió en que necesitaba dormir. Estaba tan agotada que no podía
seguir despierta, por mucho frío que sintiera y pese a las punzadas del hambre. Se tendieron sobre una
áspera cornisa de piedra que parecía estar algo más seca que las rocas cercanas al arroyo y, aunque se
despertaron con frecuencia, lograron dormir un poco. Cuando ninguno de los dos fue incapaz de seguir
durmiendo se apartaron el uno del otro, deshaciendo su abrazo, y se levantaron con el cuerpo envarado
para reanudar su lento y agotador avance. Aun así, podían avanzar con una rapidez mayor de la que
habría sido posible de no existir el arroyo. Ras le dijo que mientras estuvieran caminando por el agua no
debían preocuparse por la posibilidad de caer en ningún abismo. Sus pies estaban entumecidos por la
corriente y el frío hacía que les dolieran las piernas, pero era el camino más seguro para viajar. Además,
el agua se movía, por lo que estaba fluyendo cuesta abajo y el hecho de que ellos estuvieran subiendo les
animaba bastante. No tenían ninguna razón lógica para creerlo, pero pensaban que seguir cuesta arriba
acabaría llevándoles al exterior de la caverna. Y sólo tenían una ruta que seguir.
Ras se decía a sí mismo que no podían perderse, cierto, pero que podían acabar encontrando su
perdición. Si la fuente del arroyo resultaba ser un pequeño agujero en el muro de piedra, y si no podían
seguir avanzando..., bueno, esperaría hasta que eso ocurriera, pero realmente no creía que fuera a
suceder.
Siguieron avanzando hasta que Eeva dijo que necesitaba volver a descansar un poco. Se detuvo y
volvió a usar el encendedor para echarle un rápido vistazo a los alrededores sin gastar demasiado
combustible, pues ya quedaba muy poco. Y soltó un grito y se refugió en los brazos de Ras. A un par de
metros de distancia, en lo alto de una roca y produciendo la impresión de que eran el esqueleto de una
gigantesca mano, había los huesos de un murciélago.
Ras dejó escapar un grito de alegría y se lanzó hacia delante mientras le decía a Eeva que no apagara el
encendedor. Mientras corría oyó el distante rugido que había sido su esperanza durante todo el viaje. La
llamó, y recorrieron otro centenar de metros. El rugido se fue haciendo más potente, y ante ellos
apareció una débil claridad que fue aumentando y haciéndose más brillante, con la atmósfera volviéndose
tan húmeda que era como estar dentro de una nube, y pronto se encontraron ante un agujero que tendría
unos doce metros de ancho y unos nueve de alto. La fuente del arroyo era el agua que goteaba por la
pared en una serie de hilillos que convergían para formar un estanque situado justo detrás de la entrada.
Ahora estaban metidos en lo que casi parecía agua sólida, en medio de un estruendo ensordecedor.
Ras acercó su boca al oído de Eeva y gritó:
¡He estado aquí antes! ¡Esta cueva se encuentra detrás de una de las cataratas! ¡La descubrí cuando
era niño, y la había explorado hasta el sitio donde se encuentra el esqueleto del murcilago! ¡Casi estamos
en casa! ¡Hemos ido en circulo!
Siete días después, a media mañana, estaban detrás de un arbusto situado en lo alto de una colina. La
pendiente, escarpada y llena de rocas, tenía poca vegetación: maleza y árboles no demasiado grandes. A
su pie se encontraba una extensión de terreno bastante despejado que tendría unos sesenta metros de
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ancho por trescientos de largo. Más allá se alzaba la enredada masa del bosque, y desde algún punto de
él se oían gritos y algún que otro disparo de rifle, sonidos que trepaban por la colina hasta llegar hasta
ellos muy debilitados.
Tanto Ras como Eeva habían recuperado un poco de peso y sus ojos estaban menos hundidos en las
órbitas. Iban vestidos con pieles de antílope y en su caverna de los acantilados, su refugio para la noche,
había más pieles de antílope, mono y leopardo con que mantenerse calientes. Los dos llevaban arcos y
flechas que Ras había cogido de la casa del árbol junto con otras cosas que necesitaban. A Eeva le había
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