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repente me di cuenta de la enorme y misteriosa relación entre la legendaria cámara sin
entrada en la que se decía que vivía el desconocido y mi significativo sueño.
¡Sí! También en mi caso se rompería la cuerda si quería intentarlo, si quería mirar por
la ventana enrejada de mi interior.
Cada vez estaba más clara esa extraña relación y tomaba para mí un carácter
indescriptiblemente atemorizador.
Sentía que había cosas... intangibles, soldadas y unidas entre sí, que corren unas al
lado de otras como caballos salvajes que no saben por dónde va el camino.
También en el ghetto; una habitación, un cuarto cuya entrada nadie puede encontrar,
¡un ser espectral que vive en él y que de vez en cuando camina por las calles para llevar
a los hombres al terror!
Vrieslander seguía tallando la cabeza y la madera crujía bajo la hoja de su cuchillo.
Me hacía casi daño oírlo y miré para comprobar si acabaría pronto.
Parecía como si la cabeza, que se movía como en manos de un pintor, tuviera
conciencia y mirara hacia todos los lados. Después sus ojos se posaron en mí,, tranquilos
al haberme encontrado.
Pero yo ya no pude apartar mi mirada; la fijaba en el rostro de madera.
Por un momento parecía que el cuchillo buscaba dudoso algo, por fin raspó decidido
una línea y de repente los rasgos del pedazo de madera adquirieron una vida terrible.
Reconocí la cara amarilla del desconocido que me había traído el libro.
Después ya no pude distinguir nada, la mirada no había durado más de un minuto y
sentí que mi corazón había cesado de latir y que aleteaba temeroso.
Y sin embargo, seguía consciente como entonces de ese rostro.
Se había convertido en mí mismo y sobre el regazo de Zwakh miraba a todos lados.
Mis ojos se paseaban por la habitación y una extraña mano movía mi cráneo.
Entonces vi de repente el gesto asustado de Zwakh y oí sus palabras:
¡Dios mío, éste es el Golem!
Se originó una pequeña lucha, pues querían arrancar a la fuerza la talla de las manos
de Vrieslander, pero él se defendió y gritó riendo:
¿Qué decís? No se parece en absoluto y librándose de ellos abrió la ventana y tiró
la cabeza a la calle.
Perdí entonces el conocimiento y me sumergí en una profunda oscuridad cruzada por
brillantes hilos dorados y cuando, después de mucho tiempo eso me pareció ,
desperté, oí golpear la cabeza en el asfalto.
Ha dormido tan profundamente que no ha notado siquiera que lo sacudíamos me
dijo Josua Prokop . El ponche se ha acabado y usted se lo ha perdido todo.
El ardiente dolor que me había producido lo que poco antes había oído se apoderó otra
vez de mí y cuando quise gritar que no había estado soñando, les hablé sobre el libro
Ibbur, y les dije que podía sacarlo de la caja y mostrárselo.
Pero no pude llegar a pronunciar estas palabras y semejantes pensamientos no
pudieron impedir que los invitados se marcharan.
Zwakh me puso a la fuerza el abrigo y exclamó:
Venga con nosotros a Loisitschek, maestro Pernath, y se animará un poco.
Noche
Dejé, sin voluntad, que Zwakh me llevara escaleras abajo.
Noté que el olor de la niebla que entraba desde la calle a la casa se hacía cada vez
más marcado y sensible. Josua Prokop y Vrieslander se habían adelantado unos pasos y
se los oía hablar afuera, junto al portal.
¡Tiene que haberse caído por la alcantarilla! ¡Al infierno!
Salimos a la calleja y vi que Prokop se agachaba y buscaba la marioneta.
Me alegro de que no puedas encontrar esa absurda cabeza murmuró
Vrieslander . Se había apoyado contra la pared y su cara se iluminó y ensombreció de
nuevo, al aspirar el fuego de una cerilla, en su corta pipa.
Prokop hizo un fuerte movimiento negativo con el brazo y se inclinó aún más. Estaba
casi de rodillas sobre el asfalto.
¡Cállense! ¿No oyen nada?
Nos acercamos a él. Señaló en silencio la reja de la alcantarilla y apoyó las manos en
la oreja para escuchar. Durante un rato no nos movimos y escuchamos atentamente.
Nada.
¿Qué era, pues? murmuró por fin el anciano marionetista; pero inmediatamente
Prokop le agarró fuertemente de la muñeca.
Durante un momento apenas el tiempo de un latido me pareció como si alguien
allá abajo golpeara con la mano una chapa de hierro... casi inaudible. Un segundo más
tarde, al pensarlo, ya había pasado todo; sólo en mi pecho resonaba como un eco de la
memoria, y poco a poco se convirtió en un indeterminado sentimiento de horror.
Unos pasos que se acercaban calle arriba disiparon esta impresión.
Vamonos, ¿qué hacemos aquí parados? nos advirtió Vrieslander.
Caminamos a lo largo de la fila de casas. Prokop nos siguió, pero muy a disgusto.
Apostaría el cuello a que alguien ha gritado allá abajo, preso de un miedo mortal,
como si corriera un grave peligro.
Ninguno de nosotros le contestó, pero noté que algo así como un miedo inconsciente
nos ataba la lengua.
Al poco rato estábamos ante las ventanas con cortinas rojas de una taberna.
Salón LOISITSCHEK
(Hoy gran concierto)
se anunciaba en un cartón, cuyo margen estaba adornado con fotografías femeninas
descoloridas.
Antes de que Zwakh pudiera poner la mano en el picaporte se abrió la puerta de
entrada y un muchacho regordete de pelo negro y poco cuello, con una corbata verde de
seda anudada alrededor del cuello desnudo y adornada la chaqueta del frac con un
montón de dientes de cerdo, nos recibió inclinándose.
Sí, sí, éstos son mis clientes... Pane Saffranek, ¡pon en seguida un mantel! añadió
rápidamente a su saludo gritando sobre los hombros hacia el local abarrotado de gente.
Un ruido, como si una rata corriera por las cuerdas de un piano, fue la respuesta.
Sí, sí, éstos son mis clientes, éstos son mis clientes. ¡Miren! continuaba
murmurando sin parar el tipo rechoncho mientras nos ayudaba a quitarnos los abrigos.
Sí, sí, hoy se ha reunido en mi casa toda la alta nobleza del país contestó
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