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bleas los asuntos más importantes del Estado. En una palabra, sus
ocupaciones eran los negocios públicos y la guerra; tenía la obligación
de ser político y soldado; lo demás era poco importante según su opi-
nión, ya que todo el interés de un hombre libre debe concentrarse en
esos dos deberes. Y sin duda era acertado su juicio, porque la vida
humana, en aquella época, no se hallaba protegida como en la actuali-
dad y la sociedad no había adquirido la solidez que tiene en nuestros
días.
La mayoría de las ciudades diseminadas en las orillas del Medite-
rráneo estaban rodeadas de bárbaros dispuestos a lanzarse sobre ellas
como sobre una presa. El ciudadano se hallaba obligado a estar sobre
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Filosofía del arte donde los libros son gratis
las armas, como en nuestro tiempo hace el europeo establecido en
Nueva Zelanda o en el Japón. Sin tal actitud pronto los galos, libios,
samnitas y bitinios hubiesen acampado sobre las ruinas del recinto
saqueado, reduciendo los templos a cenizas. Además, las ciudades
eran enemigas entre sí y las leyes de la guerra rebosaban ferocidad,
siendo casi siempre la ciudad vencida ciudad aniquilada. Un hombre
rico y considerado podía ver, en un abrir y cerrar de ojos, su casa in-
cendiada, sus bienes arrebatados, su mujer y su hija vendidas para ser
consagradas al más infame comercio, y encontrarse el mismo con su
hijo sujeto a la esclavitud, enterrado en una mina o haciendo girar la
rueda de un molino bajo el azote del látigo. Cuando los riesgos son tan
grandes es natural que preocupen los asuntos del Estado y que se luche
con bravura, porque es necesario ser político bajo pena de muerte.
También puede dedicarse a los negocios públicos por ambición o
por amor a la gloria. Cada ciudad trataba de someter o rebajar a las
demás, deseaba adquirir vasallos, conquistar o explotar a otros hom-
bres. El ciudadano pasa su vida en la plaza pública discutiendo acerca
de los medios más adecuados para conservar y engrandecer su ciudad,
de las alianzas y los tratados, de la constitución y de las leyes; escu-
chando los oradores, hablando cuando lo desea, hasta el momento en
que salta a su nave para combatir en Tracia o en Egipto contra grie-
gos, contra bárbaros o contra el Gran Rey.
Para conseguir este objeto habían creado una disciplina particu-
lar. En aquel tiempo, como no existía la industria, se desconocían las
máquinas de guerra; se luchaba cuerpo a cuerpo. Por lo tanto, lo esen-
cial para conseguir la victoria no estribaba en convertir a los soldados
en autómatas perfectos, como sucede en nuestros días, sino que era
necesario hacer de modo que cada combatiente tuviese un cuerpo de la
mayor resistencia, fuerza y agilidad posibles; en una palabra, que cada
soldado fuese un gladiador del mejor temple y capaz de una larga re-
sistencia. Para ello, Esparta, que hacia el siglo VIII dio el ejemplo y
comunicó el impulso a toda Grecia, tenía un régimen muy complicado
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Hipólito Adolfo Taine donde los libros son gratis
y no menos eficaz. La ciudad era un campo abierto sin defensa como
nuestras posesiones de Cabilia, situada en medio de enemigos y de
pueblos vencidos, completamente militar y sin otra preocupación que
la defensa y el combate. En primer lugar era necesario, para tener
cuerpos perfectos, crear una hermosa raza, y como si trataran de mejo-
rar una especie animal, mataban a los niños defectuosos. Además se
reglamentaban los matrimonios, determinando la edad, el momento y
las circunstancias más favorables para conseguir una hermosa descen-
dencia. Un anciano que tuviese una mujer joven se hallaba obligado a
proporcionarle un hombre también joven que le diese hijos bien cons-
tituidos. Si un hombre de cualquier edad tenía un amigo al que admi-
raba por su carácter o por su hermosura, podía prestarle su esposa.
Después de haber fabricado la raza era necesario modelar cada
individuo. Los jóvenes estaban disciplinados, acostumbrados, ejercita-
dos en la vida en común. Se hallaban divididos en dos bandos rivales,
que se vigilaban y luchaban entre sí a puntapiés y puñadas. Dormían
al aire libre, se bañaban en las frías aguas del Eurotas, vivían del me-
rodeo, comían poco, de prisa y mal, se acostaban en un lecho de cañas,
no bebían mas que agua, soportaban todas las inclemencias del cielo;
las muchachas se ejercitaban como los jóvenes, y los adultos estaban
obligados a prácticas análogas. Sin duda, en otras ciudades, la antigua
disciplina se había dulcificado o era menor; sin embargo, aun con ate-
nuaciones se trataba de conseguir un mismo fin por caminos pareci-
dos. Los muchachos pasaban la mayor parte del tiempo en el gimnasio
luchando, saltando, corriendo, lanzando el disco, fortificando y adies-
trando sus miembros desnudos. La aspiración era formar un cuerpo
tan robusto, tan dispuesto, tan hermoso como fuera posible, y tal edu-
cación obtuvo los resultados más admirables.
De estas costumbres de los griegos nacieron ideas peculiares. El
ser ideal fue para ellos no el espíritu pensante o el alma con delicada
sensibilidad, sino el cuerpo desnudo, brote vigoroso nacido de buena [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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