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de las mujeres. Jactanciosos guardianes apartaban a codazos a los insolentes matones
de los señores jóvenes. Sonrientes esclavos que llevaban jarras de vino les esquivaban
ágilmente. En un rincón danzaba una muchacha esclava, y el tintineo de sus ajorcas de
plata era inaudible entre aquel estrépito. Al otro lado de las pequeñas ventanas,
herméticamente cerradas, un viento seco y silbante del sur llenaba el aire de polvo que se
arremolinaba entre los guijarros y empañaba las estrellas. Pero allí dentro todo era una
confusión jovial.
El Ratonero Gris era uno de los doce jugadores sentados ante una mesa de juego.
Vestía totalmente de gris: jubón, camisa de seda y gorro de piel de ratón, pero sus ojos
oscuros y brillantes le hacían parecer más vivo que cualquiera de los demás, con
excepción del enorme bárbaro de cabello cobrizo que se sentaba a su lado, el cual reía
sin contención y bebía jarras del vino áspero de Lankhmar como si fueran de cerveza.
Dicen que eres un hábil espadachín y que has estado cerca de la muerte muchas
veces siguió diciendo el hombre pequeño y pálido enfundado en su túnica negra; sus
labios muy delgados apenas se despegaban al hablar.
El Ratonero había lanzado los dados, y aquellos curiosos dados de Lankhmar se
habían detenido con los símbolos aparejados de la anguila y la serpiente en alto, por lo
que estaba recogiendo las monedas de oro triangulares. El bárbaro respondió por él:
Sí, el gris maneja la espada con finura, casi tan bien como yo. También es un gran
tramposo con los dados.
¿Y tú, Fafhrd? inquirió el otro . ¿También tú crees que un hombre puede engañar
a la muerte, aunque sea muy astuto para hacer trampas con los dados?
El bárbaro sonrió, mostrando sus dientes blancos, y miró algo perplejo al hombrecillo
pálido cuyo aspecto y maneras sombríos contrastaban de un modo tan extraño con los
juerguistas que llenaban la taberna de bajo techo con sus vapores de vino.
Vuelves a estar en lo cierto erijo en tono de chanza . Soy Fafhrd, un nórdico,
dispuesto a oponer mi ingenio contra cualquier hado. Dio un codazo a su compañero .
Oye, Ratonero, ¿qué opinas de este ratoncillo vestido de negro que ha salido de una
grieta en el suelo y quiere hablar con nosotros de la muerte?
El hombre de negro no pareció encontrar la chanza insultante. De nuevo sus labios
exangües apenas se movieron, pero el ruido que les rodeaba no afectó a sus palabras,
las cuales llegaron a oídos de Fafhrd y el Ratonero Gris con una claridad peculiar.
Dicen que vosotros dos estuvisteis cerca de la muerte en la Ciudad Prohibida de los
ídolos Negros, y en la trampa de piedra de Angarngi, y en la isla nebulosa del mar de los
Monstruos. Se dice también que habéis caminado con la muerte por el Yermo Frío y a
través de los Laberintos de Klesh. Pero quién puede estar seguro de tales cosas, y de si
la muerte y el sino fatal estuvieron realmente cerca? ¿Quién sabe si no sois más que
unos fanfarrones que se jactan a menudo? Pero he oído decir que a veces la muerte
llama a un hombre con una voz que sólo él puede oír. Entonces ha de levantarse,
abandonar a sus amigos e ir dondequiera que le ordene la muerte, para encontrar allí su
sino. ¿Os ha llamado alguna vez la muerte de ese modo?
Fafhrd podría haberse echado a reír, pero no lo hizo. El Ratonero tenía una réplica
ingeniosa en la punta de la lengua, pero se oyó a sí mismo decir:
¿Con qué palabras podría llamarle a uno la muerte?
Eso depende dijo el hombrecillo . Podría mirar a dos como vosotros y decir «La
Costa Sombría». Nada más que eso. La Costa Sombría. Y cuando lo dijera tres veces,
tendríais que ir.
Esta vez Fafhrd intentó reír, pero la risa no salió de su garganta. Los dos jóvenes sólo
podían devolver la mirada del hombrecillo de frente pálida y prominente, contemplar
estúpidamente sus ojos fríos y cavernosos. A su alrededor, los gritos de júbilo y las
chanzas llenaban el ambiente de la taberna Un guardián borracho entonaba una canción
a voz en grito. Los jugadores llamaron impacientes al Ratonero para que hiciera su
siguiente apuesta Una risueña mujer vestida de rojo y oro pasó tambaleándose junto al
hombrecillo pálido, casi derribándole la capucha negra que cubría su cabellera, pero él no
se movió. Y Fafhrd y el Ratonero Gris continuaron mirando, fascinados, sin poder evitarlo,
los ojos negros y fríos de aquel personaje, que ahora les parecían dos túneles gemelos
que conducían a un lugar lejano y maligno. Algo más profundo que el miedo les atenazó y
permanecieron rígidos, como si sus miembros se hubieran vuelto de hierro. La taberna se
difuminó, los ruidos se apagaron, y les pareció que veían su entorno como a través de
muchos grosores de cristal. Sólo veían los ojos y lo que estaba más allá de ellos, algo
desolado, terrible y mortífero.
La Costa Sombría repitió.
Entonces, los que estaban en la taberna vieron que Fafhrd y el Ratonero Gris se
levantaban y, sin ningún gesto ni palabra de despedida, se dirigían juntos a la puerta baja
de roble. Un guardián soltó un juramento cuando el enorme nórdico le apartó ciegamente
de su camino. Hubo algunas preguntas a gritos y comentarios burlones, pues el Ratonero
había estado ganando a los dados, pero esto cesó pronto, pues todos percibieron algo
extraño y misterioso en la actitud de los dos jóvenes. Nadie reparó en el hombrecillo
pálido embozado en una túnica negra. Vieron la puerta abierta, oyeron el seco lamento
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